Un centro de memoria es un espacio que invita a los sujetos de una sociedad a pensarse y comprenderse. La construcción de memoria y su valoración remueven profundas fibras sensoriales en las comunidades y, a partir de allí, fortalece un capital simbólico que las identifica y les permite hablar en igualdad de condiciones con otras comunidades.
los centros de documentación y de memoria tienen la responsabilidad de “reconocer”, “convertir en valor” y “hacer existir” a los pueblos que durante muchos años han sido excluídos porque su trayectoria, su vida social y sus formas de ser no están en los anaqueles de “La Historia” o sólo han sido escritas por quienes en su momento “tenían la palabra”.
La memoria de los afrodescendientes que habitan el Pacífico Colombiano se encuentra escrita en la canción, en el cuento y en el cuerpo. La memoria del pueblo chocoano está en registros escritos pero, sobre todo, está en las sonoridades, las corporalidades y las oralidades.
Pero quienes “han tenido la palabra”: los folkloristas, algunos antropólogos y sociólogos, periodistas o gestores culturales, han comprendido estas manifestaciones desde la transformación que las poblaciones deben hacer de sí mismas para entrar en los cánones en su posición de otredad. Las comunidades entonces, entran en el juego de la autoexotización, alcanzando escenarios con trajes definidos como “típicos”, turbantes de tela “made in Taiwan”, alpargatas impecables o sombreros intencionalmente desilachados. Y es desde la puesta en escena, es desde los registros de teatros y festivales locales, nacionales o internacionales, es desde las curadurías de los “expertos”, folkloristas e industrias del entretenimiento, es desde los registros que reposan en los centros de documentación y bibliotecas, que escribimos la historia y hablamos de representación.
La Corp- Oraloteca es un proyecto que nació hace un año a partir del Archivo de Música y Danza del Pacífico Norte Colombiano. Este proyecto implica varios retos no solamente desde el punto de vista documental y tecnológico, sino desde el punto de vista social. El verdadero reto de este centro, consiste en lograr que la población entienda sus dimensiones y posibilidades y se apropie de éste como una forma de construir memoria, pero sobre todo, como una forma de comprenderse política, cultural y socialmente. En nuestro centro de documentación reposan más de 3600 LP´s, 300 de CDs, videos de agrupaciones en todos los escenarios posibles, recortes de prensa, partituras y libros. Sin embrago, nuestro reto es, además de conservar estos materiales, documentar las oralidades, corporalidades y sonoridades en sus propios contextos. La Corp- Oraloteca es por lo tanto, un espacio para la historia de la vida cotidiana, los sentidos y los imaginarios que pueblan los cuerpos, las mentes y la memoria de los chocoanos.
¿Por qué hablar de la Corp- Oraloteca? La tradición oral es sin duda uno de los lugares privilegiados en los que se reproducen los códigos que dan forma y vida a las culturas del Pacífico colombiano. El cuento, el chisme, el chiste, el mito, el secreto, el romance, la canción, los cantaitos[1] y los canturreos[2], son algunas de las formas en que podemos comprender, como quien comprende un texto o una fotografía, algunos de los principales rasgos de los lenguajes culturales de las comunidades que habitan el Pacífico Colombiano. Sin embargo, los significados y los sonidos de las palabras se acompañan a su vez del cuerpo y el movimiento: la pantomima, el gesto y el baile son también lenguajes fundamentales que marcan por completo la formas en que los hombres y las mujeres, los niños y las niñas, se relacionan entre sí e interactúan con su medio ambiente. Por este motivo, la Corp- oraloteca es una propuesta que lejos de centrarse en las manifestaciones musicales y dancísticas que se han vestido con trajes “típicos” para montarse en un escenario, indaga en la complejidad de la vida cotidiana y sus formas de ser en este territorio a partir del cuerpo, el sonido y la palabra, y a partir de todo aquello que los une: la calle, el barrio, la orilla del río, el ritual, el cuento, la fiesta, la canción, el baile, los formatos musicales, la comida y la cosmología, entre otros.
A pesar de que nuestro cuerpo se encuentra presente en todas nuestras manifestaciones, prácticas y saberes, muy pocas veces nos sentamos a pensar en él. Muy pocas veces pensamos el cuerpo como una categoría en sí misma; un elemento que nos permite comprendernos como sujetos culturales. Lo mismo ocurre con el sonido. Pero si bien no es posible pasar por alto el tema de la corporalidad en las culturas y saberes que llamamos “occidentales”, resulta impensable las sociedades afrodescendientes. El cuerpo y todo lo que de él se deriva: la danza, la salud, los deportes, la gestualidad, la alimentación y la sexualidad, son elementos esenciales y fundamentales en la construcción de la identidad étnica, racial y cultural de los pueblos del Pacífico colombiano cuya población es en su mayoría afrodescendiente.
Como asegura Miguel Rubio Zapata en su libro El cuerpo ausente,
“El cuerpo como soporte e instrumento de acción que objetiva una elaboración estética, a la vez que hace visibles los cuerpos ausentes en un ethos colectivo, se constituye en una práctica política. Las transformaciones del cuerpo social han determinado importantes transformaciones en los sujetos y en la concepción del cuerpo como materialidad y soporte para el hecho escénico. Las configuraciones de lo real y las `teatralidades sociales´ refieren un cuerpo que nos revela otras dimensiones representacionales”.
Pensar en las prácticas sonoras del Pacífico Colombiano nos obliga a pensar entonces en esas construcciones de la corp-oralidad. Como platea la historiadora Adriana Maya, el reto de pensar la historia de estas comunidades está en lograr trascender las lógicas de la historicidad, es decir de lo escrito y reconstruir lo vivido más allá de las oralidades, desde las corp- oralidades.
¿Cómo comprender la música y esas prácticas que no se ajustan al concepto de “lo musical” –de lo eurocéntricamente estipulado- a partir de la categoría de las corp- oralidades? Cómo construir a partir de allí la memoria? Son preguntas a las que debemos dar respuestas conceptuales, técnicas y tecnológicas.
Sólo quien se reconoce y valora sus formas de ser, es capaz de mirar al otro sin bajar la mirada, sin doblegarse. En un mundo globalizado que tiende a borrar la diferencia, en un territorio que durante siglos ha sido colonizado, saqueado y violentado, y cuyas cotidianidades han sido subvaloradas y estigmatizadas, debemos apelar a esos elementos simbólicos que devuelven y fortalecen la dignidad. Y la restauración del tejido social se alimentan en los mundos cotidianos más que en el discurso intelectual y más que en los escenarios.
Hablar de prácticas sonoras y de corp- oralidades nos invita a pensar desde los contextos y los usos, nos invita a pensar en los significados. Esta categoría nos abre las puertas a las prácticas del ritual afrodescendiente e indígena, a las prácticas corp- orales como la ombligada en los afrodescendientes o el kipará en los embera. Pesar en las corp- oralidades nos invita a pensar el sonido inmerso en las cosmologías de unos pueblos que todavía luchan por su derecho a la diferencia y por el respeto a otras formas de ser y de existir en el mundo.
[1] Los cantaitos son las tonadas propias de una región o sector determinado al hablar. Por ejemplo el cantaito de los guajitos, del de los barreanquilleros. En el Chocó encontramo “Ooooeeeee” “Mauuuuníiifica creo” , “digo”, “ututui
[2] Los canturreos son frases con una altura melódica y una acentuación característica. “Plaaaaaaaatanoooooó”.